jueves, 14 de febrero de 2008

Obituario de un viaje


Mediante esta carta pretendo hacerle a usted, estimadísimo lector, partícipe del obituario de una maravillosa travesía que tranquilamente, mediante esta, ya termino de velar. Debo insertarme nuevamente en los quehaceres que me darán de comer, y como es sabido, lamentablemente siempre los viajes han de acabar -sino estos no serían viajes y se debiesen catalogar como migraciones- dejándonos un sabor a nostalgia que tiene una exquisita palatividad. No he escrito un periódico donde haya informado regularmente de los acontecimientos sucedidos, pero pretendo entregar un breve resumen de las cuestiones principales que nos entregaron a Juan mi hermano y a mi estos 20 días recorridos, seis mil kilómetros manejados en una incondicional Chevrolet DMAX americana, donde la cartografía incluyó el interminablemente desolado desierto de Atacama en Chile, los departamentos de Potosí, Sucre y Tarija de Bolivia y la línea cordillerana norte de la Argentina. No daré descripciones del quehacer cotidiano, que como imaginará usted sería una alternativa absurda por la particularidad innecesaria y además porque las relaciones que hicimos con otras personas no avanzaron más que los limites existenciales y la necesidad de compañía en las distintas esferas; más bien iré rescatando observaciones y anécdotas sumatorias, develándole los arduos e intrincados secretos de nuestra investigación.

Este fue un viaje en permanente ebullición, donde la secuencia de acciones y paisajes totalmente impredecibles y repletos de drásticos cambios dejan filtrar en la retina ambientes neobarrocos; un paseo con exagerados lenguajes que se captaban entre distintos acentos y una multitud de palabras que se transformaron en un lenguaje nuevo para nosotros. Podría resumir lo drástico de estos cambios el descenso que hicimos desde Purmamarca -diminuto pueblito en el sur de la provincia de Jujuy-Argentina, inserto en la “maravillosa” quebrada de Huamhuaca, 2.000 mts sobre el nivel del mar, lugar seco y de pobre flora que se compensa con una elocuente fauna- a la ciudad de San Salvador de Jujuy, donde en 30 o 50 kilómetros sin exagerar, se ingresa desde el desierto rocoso a la selva subtropical de guacamayas y tabaco, del minimalismo natural a el mas exaltado detalle, del silencio desértico al allegro selvático. Los acontecimientos geográficos que esta ruta propone, junto con la precariedad de los caminos –refiriéndome en este punto a Bolivia- requiere de un vehículo preparado para terrenos rocosos (no encontramos pavimento en Bolivia más que en las grandes ciudades), lluvias intempestivas (el invierno Boliviano no es una broma, nos llovió diariamente; inclusive un día nevó a los 5.000 mts) y alturas que matan radiadores poco preparados. El conductor y copiloto también deben tener ciertas habilidades, entre las que sobresale la paciencia (en hacer 200 kilómetros por las vías bolivianas uno puede demorar tranquilamente 6 a 7 horas de viaje, con un promedio de 30 kms/hra), los conocimientos de mecánica (los cuales nosotros no teníamos, por lo que frente a la adversidad parábamos a camioneros o llamábamos a campesinos llameños para que solucionaran los problemas), sentido de la orientación (entramos a un parque nacional relativamente deshabitado, donde si no tenías un GPS, lo que te quedaba era guiarte por la cordillera, que en la mitad del altiplano pierde la claridad la secuencia con que se distingue por ejemplo camino al sur de Chile), adversidad al riesgo (en un centro de turismo extremo en San Pedro de Atacama cuando fuimos a preguntar acerca de las condiciones del camino por el parque nacional boliviano, vía al Salar de Uyuni, la respuesta de una chica mas bien obesa fue que “no se lo recomendaba a nadie, y menos a unos compatriotas”) y sentido del humor (los partes que nos pasaron en Bolivia fueron dos; el primero por no llevar botiquín de primeros auxilios, el segundo por no tocar la bocina en una intersección en la ciudad de Potosí, donde los semáforos no funcionan y la ley de la selva es la que prima). En definitiva vimos un estanco del mundo actual en completo movimiento.

Fue interesante constatar que es lo que significa el producto interno bruto de un país cuando se compara con el propio, donde la explicación de sobremesa mientras se prepara el viaje, difiere mucho entre la idea que uno se hace y las observaciones con que uno vuelve. Bolivia en el ámbito económico está a años luz de Chile, lugar donde para nosotros fue un agrado consumir ya que los precios eran irrisorios cuando se hacia la transformación a Euros. Descansábamos en buenos hoteles, comíamos en los mejores restoranes, acudíamos a los más prendidos boliches y el diesel no era una preocupación. Si no hubiese sido por la hegemonía económica que Juan ejerció sobre mí, los niveles de consumo se hubiesen disparado; no así los de gasto.

La situación política Boliviana me pareció repleta de irreverencias y perversiones de conceptos, sus cánones cambiantes en diferentes momentos según conveniencias particulares hacen la situación inaguantable. Por un lado el departamento de Sucre pidiendo la capitalía a la Paz, los cuatro departamentos de oriente (los selváticos) el Beni, Pando, Santa Cruz y Tarija luchando por la autonomía, estos cinco más el departamento de Potosí unidos contra la nueva constitución que Evo Morales acaba de pasar por la cámara baja, un departamento de Cochabamba que intenta mediar entre gobierno e insurgentes, siempre bajo el alero de sus intereses ya que aquí se encuentran las grandes plantaciones de coca que hay en Bolivia. Oururo y La Paz incondicionales a Evo, son los departamentos más pobres de los 9, por lo que su fuerza no es de aguante. Así se ve entonces verdaderas perversiones políticas y abortos de los cánones estándares de funcionamiento, grupos que buscan la turbulencia del caos social para integrarse al proceso de transformación, algunas veces para enriquecer y otras para reducir las vías de salida que se ven en los distintos puntos de batalla. Me pareció sentir que no hay establecido ningún estanco bien dispuesto en el ámbito político-social. La rearticulación Boliviana ya se ha diagnosticado pero al paso que va, me parece que es difícil que logre recuperarse, creo que el tratamiento debe ser cambiado con ayuda internacional para que germinen nuevos retoños, ya que adentro la sopa está bastante estancada.

Este fue un viaje expresivo en el sentido de la facilidad del lenguaje general para entender de qué se trataba el asunto de los lugares por donde pasábamos –siempre he pensado que el viajar por Latinoamérica es una experiencia sencilla y grata para alguien hispanoamericano, es como almorzar entre primos o conversar entre colegas- y sin residuos ya que lo comprimido del tiempo y la cantidad de lugares y kilómetros por recorrer nos exigían rigurosidad y concentración, funcionando mediante un método de tamizaje que conocíamos de la experiencia en un par de viajes anteriores. Así nos seguíamos desplazando entre la 4x4 y la bicicleta que cargamos antes de salir en la pick up; de una frontera a otra, de la cordillera altiplánica y lugares espeluznantes como el salar de Uyuni a las planicies secas, de la homogeneidad del desierto de Atacama a la abundante heterogeneidad de la selva salteña, de los valles vitivinícolas de Cafayate o Lugán a las ruinas de los indios Quilmes, de ciudades universitarias como Sucre la revolucionaria o Tucuman a avejentadas con un pasado mejor como Potosí; y seguimos viviendo estéticamente cada lugar por el que pasamos, en contra de una visión miope que quería convertirlo en una cuestión meramente funcional. Encontramos espacios tan diversos entre lo urbano y lo rural; una contraposición injustamente justa, de déficits y beneficios según por donde se le mire, donde el discurso se fragmenta en diferentes universos; el social, el anti-revolucionario, el urbano, el étnico, el de la violencia espiritual y corporal. Con un pueblo aborigen enriquecido de tradición y cultura milenaria, pero sin acceso a salud ni educación, bocas sindentadas, cultivos rudimentarios, accesos a sus pueblos recónditos, carreteras enterradas en el lodo, casas de adobe y piso de tierra, niños descalzos; en fin, la esencia de la pobreza. Las nociones entonces son dispares y parezco haber sufrido un shock. Resuelvo así mis contradicciones con las visiones que a flor de piel conservo y las que la razón me proporciona, intentando no detenerme entre las teclas de mi computadora y el ventilador que no deja de circular.


Dr. Riesco